He visto a un chaval correr huyendo de la policía. Ha pegado la vuelta a la manzana y se ha alejado por mi izquierda, y luego otro giro y lo he perdido. ¿Por qué corres chaval? Me he cruzado con un viandante unos metros más adelante y me ha dicho que el chaval ha saltado por el muro del viejo cauce y que ha seguido corriendo por el parque que hay ahora donde estuvo el río.
-Algo habrá hecho.
-O algo llevaba…
Hemos seguido hablando así de profundos mientras cruzábamos el puente de las flores, pero al poco mi compañero improvisado se ha parado para buscar en una papelera. Tal vez encuentre el alma de Pípol.
He paseado de camino a casa con el dinero en el bolsillo, valorando las posibilidades de la vida y de la muerte. Me he encontrado con Luís tumbado en la cama. Me he sentado a su lado.
- Luís, levántate y anda.
- ¿Y para qué? Sabes, estoy muerto. Me han acuchillado, salté por la ventana, me chafó el tren.
He argumentado con porqués los motivos para levantarse y él los ha rebatido con y para qués. Y al final me he dado cuenta de que el que estaba tumbado era yo y que Luís ahora estaba sentado.
- Anda Pichichi, levantate!
Pero Luís ya era Carlos. Y Carlos seguramente ahora sea Fernanda y Ana será el chaval que huía de la policía o un koala desalmado y así no hay quien se aclare y yo ya no sé cómo seguir porque a estas alturas de la historia nadie parece ser quien yo creía, mucho menos yo mismo.
He escuchado música de camino al trabajo esta mañana y he bailado con el Iron Lion Zion y he cantado con I got my mind set on you o el Rocka Rolla. Y he deseado no tener que meterme en esa oficina oscura, trabajar de jardinero en la calle y quedarme al sol este de primavera que ya casi calienta. Me he acordado de gente hoy. Todos ausentes. Todos out. Tutti Pavarotti. Qué le vamos a hacer. Tampoco tenía nada que decirles. Simplemente me he acordado de ellos.
He hecho las gestiones oportunas para que un perito visite el taller donde dejaré el coche con la cerradura de la puerta del copiloto forzada. He decidido que esto se titularía “Memorándum?” y lo he tecleado en un PC, y he vivido un día entero lo que significa que he envejecido un día y acaso que he madurado unos minutos. Absurda carrera. Las 00:23, me voy a dormir.
always look on the bright side of life
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jueves, 12 de marzo de 2009
jueves, 4 de diciembre de 2008
Maneras de vivir
- ¡pi-pi-pi-pi, pi-pi-pi-pi, pi-pi-pi-pi, pi-pi-pi-pi, pi-pi-pi-pi, pi-pi-pi-pi, Pi-Pi-Pi-Pi, Pi-Pi-Pi-Pi, Pi-Pi-Pi-Pi, Pi-Pi-Pi-Pi, Pí-Pí-Pí-Pí, Pí-Pí-Pí-Pí, Pí-Pí-Pí-Pí, PÍ-PÍ-PÍ-PÍ, PÍ-PÍ-PÍ-PÍ, PÍ-PÍ-PÍ!
El despertador me despierta con una bofetada acústica: de un manotazo lo callo. Empieza otro día aunque es de noche. Las legañas se resisten a abandonar los ojos. La ropa está fría. El café me lo tomo en un bar, entre putas, policías y máquinas tragaperras. En la tele -a todo volumen- cuentan que un desgraciado neonazi ha molido a hostias a un chaval esta madrugada.
La ciudad resulta irreal a ciertas horas y en según qué circunstancias. Contra su voluntad, arrastro a mi cuerpo hacia la estación de metro. Digamos, por decir algo, que cojo la línea X, en Y. Digamos que me bajaré en Z, como siempre. Soy un hombre pudoroso, no me gusta dar demasiados detalles sobre mi vida real; así que me los invento. Doy los detalles de otro ser imaginario que también camina medio dormido, que al llegar a la estación descubre que su billete está agotado, que pierde el tren mientras hace cola para comprar un bono 10 y que se sube al siguiente convoy, consciente de que hoy también llegará tarde a su curro de mierda. Pero su suerte podría cambiar cuando menos se lo espera.
Cosa rara, hay un sillón libre -¡a estas horas!- así que me siento. Por la rendija que dejan mis párpados veo a un obrero viejo, a una estudiante pulcra y mojigata, a un negro de mirada perdida con cara de frío.
Abro los ojos cuando mi cabeza, vencida por el sueño, golpea la ventana del vagón. Estoy desnudo, excepto el bolso y los zapatos. a nadie parece importarle. El resto de pasajeros está a la suya. No me hacen ni caso y eso, más que consolarme me irrita. ¿Ni siquiera mi desnudez merece su atención? Pero el obrero lee el 20 minutos, la estudiante parece escribir un SMS, un grupo de... ¿oficinistas? Un grupo de lo que sea se cuentan sus chorradas del curro, o para ser más exactos, el tipo gordo y grande engominado bombardea al resto de compañeros con patrañas y marujeos. El negro no está; se habrá bajado. ¿Dónde coño estoy? ¡Seguro que me he pasado de estación!
<Próxima parada: PARADA. Correspondencia con las líneas 1 y 1>
¿Dónde estoy? No me suena esa estación. Me levanto y voy hacia la puerta, hacia el plano. Todas las líneas son amarillas, todas son la 1, todas las estaciones se llaman PARADA.
El ser imaginario, hipotético y patético, que comparte mis circunstancias se sentiría desorientado por la indefinición de esta red de metro. Me sorprendo al descubrir que a mí me reconforta la incertidumbre que introduce este cambio. Si todas las líneas son la 1, si todas las paradas son Parada, si todos los hombres nos llamamos José Luís, tal vez, al bajar del tren, haga sol. Puede que hoy yo sea jardinero, o abogado criminalista, o estudiante de filología lituana.
Ahora soy yo el que ignora al resto de los pasajeros y, cuando el tren se detiene, me bajo de un salto. Recorro la estación con la mirada. Por la megafonía suena "Maneras de vivir" y eso me pone más contento; no sé por qué, ni falta que hace. Entre las cabezas de la gente alcanzo a ver el cartel con el nombre de la estación -PARADA-, los planos de metro entrecruzados de líneas amarillas -las Líneas 1-, los carteles publicitarios con las mismas chorradas que se anuncian en todas las ciudades en navidad. Durante un instante más me quedo quieto, saboreando la excitación por salir a ver lo que hay fuera, dejándola crecer.
Los cogotes anónimos se alejan por la derecha; los sigo y allí la veo esperando. Su mirada me sonríe y me doy cuenta de que mi mirada también sonríe desde hace un rato. Se me ocurren mil formas de llamarla con nombres simpáticos y absurdos mientras me acerco a ella. Nos besamos, separados por un torno ridículo que sabe que tiene poco o nada que hacer.
- Ven. Me pasa una gabardina. Es para ti, afuera hace frío...
- ¿Y sol?
- Y sol.
Paseamos hacia su casa, hacia un desayuno con tostadas y mantequilla y croisants. Y un pitillo en la terraza abrazados por la cintura, calentándonos al sol de invierno.
- Pareces cansado. Vamos al sofá.
Me tumbo con la cabeza en su regazo. Mientras me acaricia el pelo, mi sonrisa se va aflojando, los ojos se me cierran.
- Tengo sueño.
Una tortuga se arrastra por la alfombra. En su caparazón leo "Duerme ahora y sueña, Pichichi."
[La idea del metro en el que todas las líneas son la "1" y todas las estaciones se llaman "Parada" es de Pablo y está inspirada en el diseño que algunas personas de mentes preclaras idearon para la red de metro de Valencia. A todos ellos estoy agradecido por igual.]
El despertador me despierta con una bofetada acústica: de un manotazo lo callo. Empieza otro día aunque es de noche. Las legañas se resisten a abandonar los ojos. La ropa está fría. El café me lo tomo en un bar, entre putas, policías y máquinas tragaperras. En la tele -a todo volumen- cuentan que un desgraciado neonazi ha molido a hostias a un chaval esta madrugada.
La ciudad resulta irreal a ciertas horas y en según qué circunstancias. Contra su voluntad, arrastro a mi cuerpo hacia la estación de metro. Digamos, por decir algo, que cojo la línea X, en Y. Digamos que me bajaré en Z, como siempre. Soy un hombre pudoroso, no me gusta dar demasiados detalles sobre mi vida real; así que me los invento. Doy los detalles de otro ser imaginario que también camina medio dormido, que al llegar a la estación descubre que su billete está agotado, que pierde el tren mientras hace cola para comprar un bono 10 y que se sube al siguiente convoy, consciente de que hoy también llegará tarde a su curro de mierda. Pero su suerte podría cambiar cuando menos se lo espera.
Cosa rara, hay un sillón libre -¡a estas horas!- así que me siento. Por la rendija que dejan mis párpados veo a un obrero viejo, a una estudiante pulcra y mojigata, a un negro de mirada perdida con cara de frío.
Abro los ojos cuando mi cabeza, vencida por el sueño, golpea la ventana del vagón. Estoy desnudo, excepto el bolso y los zapatos. a nadie parece importarle. El resto de pasajeros está a la suya. No me hacen ni caso y eso, más que consolarme me irrita. ¿Ni siquiera mi desnudez merece su atención? Pero el obrero lee el 20 minutos, la estudiante parece escribir un SMS, un grupo de... ¿oficinistas? Un grupo de lo que sea se cuentan sus chorradas del curro, o para ser más exactos, el tipo gordo y grande engominado bombardea al resto de compañeros con patrañas y marujeos. El negro no está; se habrá bajado. ¿Dónde coño estoy? ¡Seguro que me he pasado de estación!
<Próxima parada: PARADA. Correspondencia con las líneas 1 y 1>
¿Dónde estoy? No me suena esa estación. Me levanto y voy hacia la puerta, hacia el plano. Todas las líneas son amarillas, todas son la 1, todas las estaciones se llaman PARADA.
El ser imaginario, hipotético y patético, que comparte mis circunstancias se sentiría desorientado por la indefinición de esta red de metro. Me sorprendo al descubrir que a mí me reconforta la incertidumbre que introduce este cambio. Si todas las líneas son la 1, si todas las paradas son Parada, si todos los hombres nos llamamos José Luís, tal vez, al bajar del tren, haga sol. Puede que hoy yo sea jardinero, o abogado criminalista, o estudiante de filología lituana.
Ahora soy yo el que ignora al resto de los pasajeros y, cuando el tren se detiene, me bajo de un salto. Recorro la estación con la mirada. Por la megafonía suena "Maneras de vivir" y eso me pone más contento; no sé por qué, ni falta que hace. Entre las cabezas de la gente alcanzo a ver el cartel con el nombre de la estación -PARADA-, los planos de metro entrecruzados de líneas amarillas -las Líneas 1-, los carteles publicitarios con las mismas chorradas que se anuncian en todas las ciudades en navidad. Durante un instante más me quedo quieto, saboreando la excitación por salir a ver lo que hay fuera, dejándola crecer.
Los cogotes anónimos se alejan por la derecha; los sigo y allí la veo esperando. Su mirada me sonríe y me doy cuenta de que mi mirada también sonríe desde hace un rato. Se me ocurren mil formas de llamarla con nombres simpáticos y absurdos mientras me acerco a ella. Nos besamos, separados por un torno ridículo que sabe que tiene poco o nada que hacer.
- Ven. Me pasa una gabardina. Es para ti, afuera hace frío...
- ¿Y sol?
- Y sol.
Paseamos hacia su casa, hacia un desayuno con tostadas y mantequilla y croisants. Y un pitillo en la terraza abrazados por la cintura, calentándonos al sol de invierno.
- Pareces cansado. Vamos al sofá.
Me tumbo con la cabeza en su regazo. Mientras me acaricia el pelo, mi sonrisa se va aflojando, los ojos se me cierran.
- Tengo sueño.
Una tortuga se arrastra por la alfombra. En su caparazón leo "Duerme ahora y sueña, Pichichi."
[La idea del metro en el que todas las líneas son la "1" y todas las estaciones se llaman "Parada" es de Pablo y está inspirada en el diseño que algunas personas de mentes preclaras idearon para la red de metro de Valencia. A todos ellos estoy agradecido por igual.]
martes, 2 de diciembre de 2008
Churros para tres
- ¡Parece mentira, Manolo, que tenga uno que irse tan lejos de la patria para comerse unos churros como Dios manda!
- Sin duda Jordi. Añadiría, si me lo permites, que manda huevos.
Los churros en cuestión, de la variedad "porras", están tan duros que me he tallado una pluma sin dificultad, y tan grasientos que no necesito mojarla para escribir. El aceite refrito que se escurre por la punta de mi improvisada estilográfica se me antoja idóneo para tomar notas de la conversación que se desarrolla a pocos metros de mí. Jordi es un señor no muy alto, un poco calvo... bastante calvo, de mirada juguetona, por momentos resentida, que no oculta un fondo de dolor, inseguridad y lascivia. Manolo le saca la cabeza -y eso sentados-. Viste como le apetece porque es elegante por naturaleza. Sabe sonreír como un playboy, de eso no cabe duda. Su voz me parece más sensual y viril cuando vuelve a hablar:
- Dicen que las mujeres de aquí son ardientes...
- Eso dicen, Manolo.
- ¡Violentas diría yo! Recorre con sus dedos el moretón que lleva estampado en el pómulo mientras hace una mueca divertida.
- ¿La besaste?
- La besé. Y me pegó. Me rompió el corazón, jeje.
- Jaja. Dicen, Manolo, que aquí los gorriones comen en tu mano. Jordi muestra su mano: le falta un dedo y parte de otro.
- ¿Eso te lo ha hecho un gorrión?
- Me lo hizo el Pitbull que intentó comérselo. ¡Jaja! También él se llevó lo suyo, no te creas.
- Pero dicen que aquí la sanidad es gratuita y los médico muy buenos. ¿No pudieron reimplantarte?
- Me injertaron dos pepinillos en vinagre, pero no cogieron. Bueno, en realidad me los comí.
Jordi coge el periódico. Con su mano tullida no consigue pasar las páginas más que de diez en diez y pronto llega a los deportes.
- Deja que te ayude, compadre. Sus manos se rozan cuando Manolo pasa lentamente una página. cruzan una mirada, comparten una sonrisa.
- El Barça lo va a petar este año.
- A mí lo que me gusta es el jamón.
- A ti lo que te pasa es que eres del Madrid.
Pero el jamón puede más y por unos minutos se dedican a cantar sus excelencias, y las del chorizo y la morcilla, y los callos y la butifarra y el vino. El Vino.
- ¡Un Vino para mi compadre Manolo y otro para mí!
- ¡Por las mujeres!
- ¡Todas putas!
- ¡Por los amigos!
- ¡Por nosotros!
Apuran los vasos, se abrazan y se besan los bigotes apasionadamente mientras tocan las castañuelas. Después salen a la calle bailando una mezcla improvisada de Jota, Chotis y Sardana. En el bar suena "la gasolina". A mi churro estilográfico se le está acabando el aceite, será cosa de pedir otro.
- Sin duda Jordi. Añadiría, si me lo permites, que manda huevos.
Los churros en cuestión, de la variedad "porras", están tan duros que me he tallado una pluma sin dificultad, y tan grasientos que no necesito mojarla para escribir. El aceite refrito que se escurre por la punta de mi improvisada estilográfica se me antoja idóneo para tomar notas de la conversación que se desarrolla a pocos metros de mí. Jordi es un señor no muy alto, un poco calvo... bastante calvo, de mirada juguetona, por momentos resentida, que no oculta un fondo de dolor, inseguridad y lascivia. Manolo le saca la cabeza -y eso sentados-. Viste como le apetece porque es elegante por naturaleza. Sabe sonreír como un playboy, de eso no cabe duda. Su voz me parece más sensual y viril cuando vuelve a hablar:
- Dicen que las mujeres de aquí son ardientes...
- Eso dicen, Manolo.
- ¡Violentas diría yo! Recorre con sus dedos el moretón que lleva estampado en el pómulo mientras hace una mueca divertida.
- ¿La besaste?
- La besé. Y me pegó. Me rompió el corazón, jeje.
- Jaja. Dicen, Manolo, que aquí los gorriones comen en tu mano. Jordi muestra su mano: le falta un dedo y parte de otro.
- ¿Eso te lo ha hecho un gorrión?
- Me lo hizo el Pitbull que intentó comérselo. ¡Jaja! También él se llevó lo suyo, no te creas.
- Pero dicen que aquí la sanidad es gratuita y los médico muy buenos. ¿No pudieron reimplantarte?
- Me injertaron dos pepinillos en vinagre, pero no cogieron. Bueno, en realidad me los comí.
Jordi coge el periódico. Con su mano tullida no consigue pasar las páginas más que de diez en diez y pronto llega a los deportes.
- Deja que te ayude, compadre. Sus manos se rozan cuando Manolo pasa lentamente una página. cruzan una mirada, comparten una sonrisa.
- El Barça lo va a petar este año.
- A mí lo que me gusta es el jamón.
- A ti lo que te pasa es que eres del Madrid.
Pero el jamón puede más y por unos minutos se dedican a cantar sus excelencias, y las del chorizo y la morcilla, y los callos y la butifarra y el vino. El Vino.
- ¡Un Vino para mi compadre Manolo y otro para mí!
- ¡Por las mujeres!
- ¡Todas putas!
- ¡Por los amigos!
- ¡Por nosotros!
Apuran los vasos, se abrazan y se besan los bigotes apasionadamente mientras tocan las castañuelas. Después salen a la calle bailando una mezcla improvisada de Jota, Chotis y Sardana. En el bar suena "la gasolina". A mi churro estilográfico se le está acabando el aceite, será cosa de pedir otro.
lunes, 24 de noviembre de 2008
La nariz de payaso verde
Sopla un viento huracanado que se se lleva las nubes de ayer, que levanta polvo y tierra y me los tira a la cara. Cierro los ojos y reflexiono. No se me escapa que éste es un viaje introspectivo, que no voy de aquí a allí, sino de una vida anterior a otra nueva. Un cambio tan necesario como inevitable. Forzoso. Dice X que para conocer tu país hay que visitar otros países. Para conocerme a mí visito a otras gentes. Pero la experiencia me cambia a cada paso y ya empiezo a dudar que este viaje me ayude a comprender mi yo porque no sé ni siquiera si existe tal cosa. Los pronombres son así: insustanciales.
Tengo una nariz de payaso mágica que me confiere poderes sobre mí mismo y sobre el mundo físico y espiritual. Con ella puesta puedo reír, hacer bailar a las guiris (en realidad aquí el guiri soy yo) y hasta traer a Franco de vuelta para compartir un café y un orujo. Todo esto lo he hecho ya, por eso sé que la nariz es mágica... y verde.
Conocí a un tal Antercheran, un tipo estirado como un esparrago triguero de junio, de mirada lacónica pero sonrisa sincera, que guardaba cierto parecido con Nosferatu. Por lo pringoso de su pelo se diría que se peinaba mojando el peine en manteca pero, en general, su aspecto era bastante elegante. Llevaba una bolsa de cerezas de por lo menos cuatro kilos. Pronto nos hicimos amigos porque eramos los únicos que comíamos fruta allí. Me enseñó un plano en el que había marcadas cruces rojas. Me explico su plan: pillar tremenda cagalera de cerezas y hacer la ruta de los wáteres públicos (las cruces) usándolos todos y sin tirar jamás de la cadena. "Hay quien firma paredes". Me puse la nariz y nos reímos juntos: se le escapó un cuesco. "¿Oyes? Ha llegado la hora de cumplir con mi propósito". Se levantó y me dejó pensando en la especial singladura en la que se embarcaba y en las caras que pondrían los cientos (tal vez miles) de espectadores involuntarios de su obra. Yo seré uno de ellos, sin duda. No me resigno a perdérmelo.
Tengo una nariz de payaso mágica que me confiere poderes sobre mí mismo y sobre el mundo físico y espiritual. Con ella puesta puedo reír, hacer bailar a las guiris (en realidad aquí el guiri soy yo) y hasta traer a Franco de vuelta para compartir un café y un orujo. Todo esto lo he hecho ya, por eso sé que la nariz es mágica... y verde.
Conocí a un tal Antercheran, un tipo estirado como un esparrago triguero de junio, de mirada lacónica pero sonrisa sincera, que guardaba cierto parecido con Nosferatu. Por lo pringoso de su pelo se diría que se peinaba mojando el peine en manteca pero, en general, su aspecto era bastante elegante. Llevaba una bolsa de cerezas de por lo menos cuatro kilos. Pronto nos hicimos amigos porque eramos los únicos que comíamos fruta allí. Me enseñó un plano en el que había marcadas cruces rojas. Me explico su plan: pillar tremenda cagalera de cerezas y hacer la ruta de los wáteres públicos (las cruces) usándolos todos y sin tirar jamás de la cadena. "Hay quien firma paredes". Me puse la nariz y nos reímos juntos: se le escapó un cuesco. "¿Oyes? Ha llegado la hora de cumplir con mi propósito". Se levantó y me dejó pensando en la especial singladura en la que se embarcaba y en las caras que pondrían los cientos (tal vez miles) de espectadores involuntarios de su obra. Yo seré uno de ellos, sin duda. No me resigno a perdérmelo.
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jueves, 20 de noviembre de 2008
20-N: Un encuentro no del todo inesperado
-¿Generalísimo?
-Hola muchacho. ¿Puedo sentarme?
-Siéntese, siéntese. ¿Le apetece un café?
-Tomaré un orujo.
-¡Jefe, un orujo para el caballero! Generalísimo, no le voy a ocultar que me sorprende verle aquí y ahora.
-Puedes llamarme Caudillo.
-Caudillo, ¿qué le trae a este bar, lejos de la patria y en 2008?
-Yo voy donde quiero y cuando quiero. ¡Faltaría más!
-Ya pero...
-Ni peros ni peras. Además ¿no es hoy mi cumpleaños?
-Caudillo, hoy es 20 de noviembre. Es el aniversario de su muerte.
-Nacimiento, muerte... ¿Qué más dará? Buen día para un orujo y un pitillo. ¿Fumas chico?
-Sí, ¿quiere?
-No, pero fúmate uno tú.
Me enciendo un cigarro. A Franco le traen su orujo. Lo mira con asco.
-Caudillo, decía que me extraña verle por aquí.
-A cierta edad uno pierde la vergüenza. Que no te sorprenda nada de lo que hago.
Franco se tira un pedo, se rasca el culo y con la misma mano se saca un moco y se lo come.
- Y, ¿Cómo es la muerte? ¿Qué tal es estar muerto?
-En mi caso está bien, porque como he sido muy bueno vivo en el cielo rodeado de ángeles y querubines, pero tú irás al infierno.
-¿Usted cree?
-¿Acaso lo dudas?
-Si usted lo dice. De esto entiende más que yo. Por cierto, tengo narices de payaso, ¿quiere una por su aniversario?
-No será roja...
-Verde.
-Pues venga esa nariz.
Nos colocamos las narices. Pasa un hombre con barba de cuatro días y se sienta cerca de nuestra mesa. Unos treinta años, pelo negro estilo casco con mechas naranjas, vaqueros raídos, jersey de algodón verde y una mochila roja de la que saca una carpeta roja de la que saca un par de folios en blanco. Se pone a escribir tras cruzar una mirada furtiva con nosotros.
-¿Le apetece jugar, Caudillo? Es así: elegimos un personaje del bar y tratamos de adivinar su vida.
-Sea. El tipo de la barba. ¡Menudo rojazo! Míralo, no para de mirarnos. Se siente muy seguro de sí mismo, convencido de sus ideales patrañescos, superior. Sin duda un subversivo. Tiene ojeras: ayer estuvo hasta tarde en una reunión clandestina enseñando a sus alumnos -porque es profesor- a imprimir propaganda y a repartirla, a hacer pintadas y a engañar a los buenos guardias civiles cuando por fin los pillen y los interroguen. Podría ser un hombre decente, pero no va a misa. No respeta a sus mayores pero pervierte a chicos y chicas que podrían ser sus hijos.
-El de la barba. No ha mirado el móvil ni la hora. Se entretiene espiando a la gente, robando conversaciones. Anoche su hija no lo dejó dormir. En vez de almorzar con sus compañeros de trabajo, viene aquí solo y se sienta a escribir en una mesa apartada. ¿Para tener perspectiva? No creo. Antes por miedo a hacer lo que le apetece. Jamás adivinaría que estamos jugando a adivinarlo, aunque en el fondo creo que le haría ilusión.
-Bueno joven, lo has intentado, no puede negarse, pero este juego me aburre. Me voy.
-Así Caudillo, ¿sin decirme por qué ha venido?
-¿Acaso no lo sabes ya?
-Lo intuyo, pero no es suficiente.
-Sí lo es. ¡Arriba España!
Franco se levanta y se va. El barbas lo sigue con la mirada hasta que sale. Ha dejado de escribir y está recogiendo. Al pasar por mi lado me entrega esta historia que ahora transcribo "para usted, payaso", dice. Son las doce menos cuarto.
-Hola muchacho. ¿Puedo sentarme?
-Siéntese, siéntese. ¿Le apetece un café?
-Tomaré un orujo.
-¡Jefe, un orujo para el caballero! Generalísimo, no le voy a ocultar que me sorprende verle aquí y ahora.
-Puedes llamarme Caudillo.
-Caudillo, ¿qué le trae a este bar, lejos de la patria y en 2008?
-Yo voy donde quiero y cuando quiero. ¡Faltaría más!
-Ya pero...
-Ni peros ni peras. Además ¿no es hoy mi cumpleaños?
-Caudillo, hoy es 20 de noviembre. Es el aniversario de su muerte.
-Nacimiento, muerte... ¿Qué más dará? Buen día para un orujo y un pitillo. ¿Fumas chico?
-Sí, ¿quiere?
-No, pero fúmate uno tú.
Me enciendo un cigarro. A Franco le traen su orujo. Lo mira con asco.
-Caudillo, decía que me extraña verle por aquí.
-A cierta edad uno pierde la vergüenza. Que no te sorprenda nada de lo que hago.
Franco se tira un pedo, se rasca el culo y con la misma mano se saca un moco y se lo come.
- Y, ¿Cómo es la muerte? ¿Qué tal es estar muerto?
-En mi caso está bien, porque como he sido muy bueno vivo en el cielo rodeado de ángeles y querubines, pero tú irás al infierno.
-¿Usted cree?
-¿Acaso lo dudas?
-Si usted lo dice. De esto entiende más que yo. Por cierto, tengo narices de payaso, ¿quiere una por su aniversario?
-No será roja...
-Verde.
-Pues venga esa nariz.
Nos colocamos las narices. Pasa un hombre con barba de cuatro días y se sienta cerca de nuestra mesa. Unos treinta años, pelo negro estilo casco con mechas naranjas, vaqueros raídos, jersey de algodón verde y una mochila roja de la que saca una carpeta roja de la que saca un par de folios en blanco. Se pone a escribir tras cruzar una mirada furtiva con nosotros.
-¿Le apetece jugar, Caudillo? Es así: elegimos un personaje del bar y tratamos de adivinar su vida.
-Sea. El tipo de la barba. ¡Menudo rojazo! Míralo, no para de mirarnos. Se siente muy seguro de sí mismo, convencido de sus ideales patrañescos, superior. Sin duda un subversivo. Tiene ojeras: ayer estuvo hasta tarde en una reunión clandestina enseñando a sus alumnos -porque es profesor- a imprimir propaganda y a repartirla, a hacer pintadas y a engañar a los buenos guardias civiles cuando por fin los pillen y los interroguen. Podría ser un hombre decente, pero no va a misa. No respeta a sus mayores pero pervierte a chicos y chicas que podrían ser sus hijos.
-El de la barba. No ha mirado el móvil ni la hora. Se entretiene espiando a la gente, robando conversaciones. Anoche su hija no lo dejó dormir. En vez de almorzar con sus compañeros de trabajo, viene aquí solo y se sienta a escribir en una mesa apartada. ¿Para tener perspectiva? No creo. Antes por miedo a hacer lo que le apetece. Jamás adivinaría que estamos jugando a adivinarlo, aunque en el fondo creo que le haría ilusión.
-Bueno joven, lo has intentado, no puede negarse, pero este juego me aburre. Me voy.
-Así Caudillo, ¿sin decirme por qué ha venido?
-¿Acaso no lo sabes ya?
-Lo intuyo, pero no es suficiente.
-Sí lo es. ¡Arriba España!
Franco se levanta y se va. El barbas lo sigue con la mirada hasta que sale. Ha dejado de escribir y está recogiendo. Al pasar por mi lado me entrega esta historia que ahora transcribo "para usted, payaso", dice. Son las doce menos cuarto.
lunes, 17 de noviembre de 2008
El paseo circular
Salgo a pasear con la primera luz de la mañana. Hoy sé a dónde voy, o mejor dicho, mis pasos siguen un camino preestablecido: caminaré todo el día detrás de mi sombra, dejaré que me guíe, que sea ella quien decida a dónde vamos. Así que también podríamos decir que no andaré solo, aunque ninguna otra persona o animal me acompaña.
Rumbo al oeste, con el sol en la espalda y un sombrero de paja en la cabeza. Quien me vea vagando cabizbajo pensará que un problema me abruma o que soy muy tímido. Aunque tal vez alguien adivine la realidad: que voy mirando lo que mi sombra me enseña, que estoy viendo el mundo, por un día, con los ojos de mi compañera. Salimos decididos a poner a prueba el mito de la caverna de Platón, o aquel otro que me contó David del soldado griego que iba a la guerra. Su amante, la noche anterior a la partida, pintó la sombra del soldado que el fuego proyectaba en la pared. Él murió, pero del calco de su sombra un alfarero construyó con arcilla, capa por capa, una escultura que representaba al soldado y que llegó a ser objeto de culto. Dejo que la idea me empape.
Mi sombra recorre el camino adoptando las formas de lo que toca. Piedras, hierbas, un surco trazado por una rueda. Pero el sol no entiende de seguir caminos y mi sombra me invita, al cabo de un rato, a continuar campo a través. La sigo con gusto y ella, que empieza a hacerse más pequeña al avanzar el día, me lo agradece encaminándose hacia la playa.
-¡Vamos a ver el mar!
-Vamos.
Caminar mirando mi sombra es hipnótico. Algunas ideas empiezan a formarse en mi cabeza como si tuvieran vida propia; algunos recuerdo surgen de mi memoria sin que yo los busque. Simplemente salen porque, en el fondo, los recuerdos son calcos de sombras de algo que pasó y que reconstruimos y reinterpretamos. Salen porque mi sombra los ha llamado. Recuerdo parajes similares a este erial arbustoso y recuerdo a personas con las que recorrí aquellos parajes que ahora proyectan su sombra sobre éste. Es como si dentro de mi cabeza hubiera un pequeño sol que alumbra las formas de mis recuerdos contra la cara interna de mi cráneo para que pueda contemplarlos.
Ya es casi mediodía y mi sombra empieza a cansarse. Hacemos un alto debajo del primer árbol que se cruza en nuestro camino. Saco un bocadillo y empiezo a comer. Aunque ahora no puedo verla, sé que mi sombra está comiendo la sombra del bocadillo. Hace calor. El sol está alto.
Para cuando llegamos a la playa, mi sombra ha crecido bastante y es casi tan grande como yo. No hay mucha gente ahora (ni muchas sombras de gente), pero encontramos la huella de alguien que se tumbó aquí. Mi sombra se acerca por los pies de lo que adivinamos que es la huella que dejó una mujer. Tal vez una chica que estuvo tomando el sol. Mi sombra olfatea la marca trazada por las piernas, sube hasta donde descansaron las caderas, recorre la espalda (o las tetas) hasta alcanzar la cara y la boca mientras sus manos de sombra se entretienen en el culo de la huella. Imaginamos que hacemos el amor con la chica... y con su sombra ¡Menuda orgía! Los pasos de nuestras amantes se alejan hacia el sol, en dirección contraria a mi sombra, y por un momento dudo, y no sé si seguirlos y buscarlas. Pero no; hoy es el día de mi sombra y es ella quien guía. Se está haciendo tarde. Hay que ir pensando en volver.
De regreso en la ciudad, entre la multitud, me llaman la atención las voces de dos jóvenes que caminan rítmicamente hacia mí, ajenos a las sombras, haciendo el payaso mientras cuentan a coro sus pasos "¡...cuatro, cinco, seis, siete, ocho!". Levanto la vista y mi mirada se cruza por un instante con la del chico cuando pasan a mi lado. Compartimos una risa hecha de vergüenza y felicidad rotunda; él pierde la cuenta.
Cuando andas siguiendo a tu sombra no ves ni la salida ni la puesta del sol, en cambio ves cómo desaparecen las últimas estrellas al alba y ves aparecer a las primeras de la noche. Conforme va llegando ese momento, mi sombra, ahora gigantesca, se diluye en el mundo, como si quisiera abarcarlo hasta el horizonte. Tal vez lo haga. ¿Quién sabe?
Rumbo al oeste, con el sol en la espalda y un sombrero de paja en la cabeza. Quien me vea vagando cabizbajo pensará que un problema me abruma o que soy muy tímido. Aunque tal vez alguien adivine la realidad: que voy mirando lo que mi sombra me enseña, que estoy viendo el mundo, por un día, con los ojos de mi compañera. Salimos decididos a poner a prueba el mito de la caverna de Platón, o aquel otro que me contó David del soldado griego que iba a la guerra. Su amante, la noche anterior a la partida, pintó la sombra del soldado que el fuego proyectaba en la pared. Él murió, pero del calco de su sombra un alfarero construyó con arcilla, capa por capa, una escultura que representaba al soldado y que llegó a ser objeto de culto. Dejo que la idea me empape.
Mi sombra recorre el camino adoptando las formas de lo que toca. Piedras, hierbas, un surco trazado por una rueda. Pero el sol no entiende de seguir caminos y mi sombra me invita, al cabo de un rato, a continuar campo a través. La sigo con gusto y ella, que empieza a hacerse más pequeña al avanzar el día, me lo agradece encaminándose hacia la playa.
-¡Vamos a ver el mar!
-Vamos.
Caminar mirando mi sombra es hipnótico. Algunas ideas empiezan a formarse en mi cabeza como si tuvieran vida propia; algunos recuerdo surgen de mi memoria sin que yo los busque. Simplemente salen porque, en el fondo, los recuerdos son calcos de sombras de algo que pasó y que reconstruimos y reinterpretamos. Salen porque mi sombra los ha llamado. Recuerdo parajes similares a este erial arbustoso y recuerdo a personas con las que recorrí aquellos parajes que ahora proyectan su sombra sobre éste. Es como si dentro de mi cabeza hubiera un pequeño sol que alumbra las formas de mis recuerdos contra la cara interna de mi cráneo para que pueda contemplarlos.
Ya es casi mediodía y mi sombra empieza a cansarse. Hacemos un alto debajo del primer árbol que se cruza en nuestro camino. Saco un bocadillo y empiezo a comer. Aunque ahora no puedo verla, sé que mi sombra está comiendo la sombra del bocadillo. Hace calor. El sol está alto.
Para cuando llegamos a la playa, mi sombra ha crecido bastante y es casi tan grande como yo. No hay mucha gente ahora (ni muchas sombras de gente), pero encontramos la huella de alguien que se tumbó aquí. Mi sombra se acerca por los pies de lo que adivinamos que es la huella que dejó una mujer. Tal vez una chica que estuvo tomando el sol. Mi sombra olfatea la marca trazada por las piernas, sube hasta donde descansaron las caderas, recorre la espalda (o las tetas) hasta alcanzar la cara y la boca mientras sus manos de sombra se entretienen en el culo de la huella. Imaginamos que hacemos el amor con la chica... y con su sombra ¡Menuda orgía! Los pasos de nuestras amantes se alejan hacia el sol, en dirección contraria a mi sombra, y por un momento dudo, y no sé si seguirlos y buscarlas. Pero no; hoy es el día de mi sombra y es ella quien guía. Se está haciendo tarde. Hay que ir pensando en volver.
De regreso en la ciudad, entre la multitud, me llaman la atención las voces de dos jóvenes que caminan rítmicamente hacia mí, ajenos a las sombras, haciendo el payaso mientras cuentan a coro sus pasos "¡...cuatro, cinco, seis, siete, ocho!". Levanto la vista y mi mirada se cruza por un instante con la del chico cuando pasan a mi lado. Compartimos una risa hecha de vergüenza y felicidad rotunda; él pierde la cuenta.
Cuando andas siguiendo a tu sombra no ves ni la salida ni la puesta del sol, en cambio ves cómo desaparecen las últimas estrellas al alba y ves aparecer a las primeras de la noche. Conforme va llegando ese momento, mi sombra, ahora gigantesca, se diluye en el mundo, como si quisiera abarcarlo hasta el horizonte. Tal vez lo haga. ¿Quién sabe?
sábado, 15 de noviembre de 2008
Descubriendo un nuevo mundo
(Dedicado a Herr Professor en agradecimiento por sus tomates asesinos...)
Me despierto de un sueño extraño. En la habitación del hotel, las únicas luces vienen de los pilotitos rojos de la tele, el decodificador TDT, de un interruptor. No puedo dormir, así que fumo. Fumo demasiado, pero no importa. Mi cigarro es otra lucecita roja en este cuarto vacío. Juego a imaginar que los electrodomésticos tampoco pueden dormir, que sus pilotos son cigarrillos como el mío, que fuman en silencio mientras piensan en sus cosas de electrodomésticos. La tele tal vez esté harta de dar siempre la misma mierda, pero no se me ocurre por qué no puede dormir el interruptor.
Yo pienso, como el otro día, en mis propias cosas y eso me lleva a ti. Pienso en un beso, en tu lengua paseando por mi lengua, en un abrazo casi demasiado fuerte. En el placer. Pienso en lo que dices y también en lo que callas y en cómo escucho atento tus palabras. Y tus silencios. Pienso/imagino/recuerdo amar tu cuerpo y amar tu mente. Escuchar tu risa. En ese momento eres mundo, y yo, realidad. Te contemplo en tu belleza. En tu poder de astro, de planeta de bosques y playas y huracanes, y de pequeñas miserias secretas. Intento seguir tu trayectoria por el cielo estrellado de esta habitación. Recuerdo/pienso/imagino, pero no consigo expresar, que yo también he sido mundo. Que no me he limitado a observar, que he vivido. Que otros me observaron, que tú me mirabas como ahora deseo que lo hagas. Que en otros momentos he sido, soy, un planeta vivo y no un mero espectador. Que deseo curarme de tanta realidad. Que me siento como un alquimista frustrado. Así que saco un cigarro, otro para la tele, y los dos fumamos en silencio en esta habitación vacía.
Me despierto de un sueño extraño. En la habitación del hotel, las únicas luces vienen de los pilotitos rojos de la tele, el decodificador TDT, de un interruptor. No puedo dormir, así que fumo. Fumo demasiado, pero no importa. Mi cigarro es otra lucecita roja en este cuarto vacío. Juego a imaginar que los electrodomésticos tampoco pueden dormir, que sus pilotos son cigarrillos como el mío, que fuman en silencio mientras piensan en sus cosas de electrodomésticos. La tele tal vez esté harta de dar siempre la misma mierda, pero no se me ocurre por qué no puede dormir el interruptor.
Yo pienso, como el otro día, en mis propias cosas y eso me lleva a ti. Pienso en un beso, en tu lengua paseando por mi lengua, en un abrazo casi demasiado fuerte. En el placer. Pienso en lo que dices y también en lo que callas y en cómo escucho atento tus palabras. Y tus silencios. Pienso/imagino/recuerdo amar tu cuerpo y amar tu mente. Escuchar tu risa. En ese momento eres mundo, y yo, realidad. Te contemplo en tu belleza. En tu poder de astro, de planeta de bosques y playas y huracanes, y de pequeñas miserias secretas. Intento seguir tu trayectoria por el cielo estrellado de esta habitación. Recuerdo/pienso/imagino, pero no consigo expresar, que yo también he sido mundo. Que no me he limitado a observar, que he vivido. Que otros me observaron, que tú me mirabas como ahora deseo que lo hagas. Que en otros momentos he sido, soy, un planeta vivo y no un mero espectador. Que deseo curarme de tanta realidad. Que me siento como un alquimista frustrado. Así que saco un cigarro, otro para la tele, y los dos fumamos en silencio en esta habitación vacía.
domingo, 9 de noviembre de 2008
¡A volar!
Toda mi vida intentándolo y hoy por fin lo he conseguido. Os cuento un sueño que he tenido esta noche en estas tierras extrañas. Para proteger a los personajes del sueño he alterado algunos nombres y situaciones demasiado evidentes, pero lo esencial está ahí:
Pues el caso es que estaba viendo en la tele un programa de cocina en el que Obama y Sara Palin discutían en portugués sobre la mejor forma de trinchar un jirafa que previamente habían cocinado al jerez mientras blandían sendas cucharas de palo (la de Palin sorprendentemente grande). En realidad Palin era más bien Arguiñano. Absolutamente indignado por lo que estaba presenciando, decidía que había que ponerle fin a semejante disparate, así que salía volando (¡Volando!) hacia torrespaña, vestido como supermán, con calzoncillos y todo.
En seguida me he despertado, pero es la primera vez que vuelo de verdad en un sueño y estoy super-super-ilusionado.
Pues el caso es que estaba viendo en la tele un programa de cocina en el que Obama y Sara Palin discutían en portugués sobre la mejor forma de trinchar un jirafa que previamente habían cocinado al jerez mientras blandían sendas cucharas de palo (la de Palin sorprendentemente grande). En realidad Palin era más bien Arguiñano. Absolutamente indignado por lo que estaba presenciando, decidía que había que ponerle fin a semejante disparate, así que salía volando (¡Volando!) hacia torrespaña, vestido como supermán, con calzoncillos y todo.
En seguida me he despertado, pero es la primera vez que vuelo de verdad en un sueño y estoy super-super-ilusionado.

martes, 4 de noviembre de 2008
En el parque
Sentado en un banco de un parque, saco un libro de Poe y empiezo a leer un relato de un tipo que se queda solo en un barco a la deriva en medio de un huracán. Un grupo de chiquillos atesta el baño público y yo espero mi turno. Se acerca un viejo y me habla en un idioma extraño. Le respondo en una lengua que él tampoco comprende, pero está claro que pide permiso para compartir el banco, así que durante un rato nos sentamos juntos y leemos. Yo Poe, él un panfleto publicitario de una tienda de electrónica.
Este mundo nuevo en el que me encuentro resulta irreal. Cada vez menos atento al relato, empiezo a reflexionar sobre esa idea tratando de entender. El mundo, ahí fuera, extraño y hermoso; y la realidad ¿dónde? En mi cabeza tal vez: el reflejo de ese mundo. Guardo el libro y saco el cuaderno.
Miro una nube negra y gris, lejana, etérea. Lo anoto en el cuaderno.
Huelo la parrillada que un grupo anónimo prepara a poca distancia en el parque. Lo anoto en el cuaderno.
También anoto el sol que calienta.
Cuando los niños acaban me despido del viejo y del parque. Más tarde, por una callejuela oigo las escalas de una trompeta con la que alguien practica. Tomo nota y también de un escalofrío a la sombra. Camino buscando un restaurante. Paso por delante de algo que parece una universidad; seres extraños reunidos en grupos -escindidos en grupos- hablan de cosas extrañas en lenguas incomprensibles. Los anoto. Para ayudar a la realidad. Para sintonizar con el mundo. Creo que empiezo a comprender.
Este mundo nuevo en el que me encuentro resulta irreal. Cada vez menos atento al relato, empiezo a reflexionar sobre esa idea tratando de entender. El mundo, ahí fuera, extraño y hermoso; y la realidad ¿dónde? En mi cabeza tal vez: el reflejo de ese mundo. Guardo el libro y saco el cuaderno.
Miro una nube negra y gris, lejana, etérea. Lo anoto en el cuaderno.
Huelo la parrillada que un grupo anónimo prepara a poca distancia en el parque. Lo anoto en el cuaderno.
También anoto el sol que calienta.
Cuando los niños acaban me despido del viejo y del parque. Más tarde, por una callejuela oigo las escalas de una trompeta con la que alguien practica. Tomo nota y también de un escalofrío a la sombra. Camino buscando un restaurante. Paso por delante de algo que parece una universidad; seres extraños reunidos en grupos -escindidos en grupos- hablan de cosas extrañas en lenguas incomprensibles. Los anoto. Para ayudar a la realidad. Para sintonizar con el mundo. Creo que empiezo a comprender.
miércoles, 29 de octubre de 2008
Viaje
Salgo de viaje. Para mi desgracia tengo la cámara de fotos rota. Aprovecharé las ocasiones en las que disponga de acceso libre a Internet para compartir mis experiencias e impresiones con la humanidad que amablemente visitéis Despido-Obligatorio-¡Ya!
¡Vámonos que nos vamos!
................ Adiós, adiós
¡Vámonos que nos vamos!
................ Adiós, adiós
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