martes, 4 de noviembre de 2008

En el parque

Sentado en un banco de un parque, saco un libro de Poe y empiezo a leer un relato de un tipo que se queda solo en un barco a la deriva en medio de un huracán. Un grupo de chiquillos atesta el baño público y yo espero mi turno. Se acerca un viejo y me habla en un idioma extraño. Le respondo en una lengua que él tampoco comprende, pero está claro que pide permiso para compartir el banco, así que durante un rato nos sentamos juntos y leemos. Yo Poe, él un panfleto publicitario de una tienda de electrónica.
Este mundo nuevo en el que me encuentro resulta irreal. Cada vez menos atento al relato, empiezo a reflexionar sobre esa idea tratando de entender. El mundo, ahí fuera, extraño y hermoso; y la realidad ¿dónde? En mi cabeza tal vez: el reflejo de ese mundo. Guardo el libro y saco el cuaderno.

Miro una nube negra y gris, lejana, etérea. Lo anoto en el cuaderno.
Huelo la parrillada que un grupo anónimo prepara a poca distancia en el parque. Lo anoto en el cuaderno.
También anoto el sol que calienta.

Cuando los niños acaban me despido del viejo y del parque. Más tarde, por una callejuela oigo las escalas de una trompeta con la que alguien practica. Tomo nota y también de un escalofrío a la sombra. Camino buscando un restaurante. Paso por delante de algo que parece una universidad; seres extraños reunidos en grupos -escindidos en grupos- hablan de cosas extrañas en lenguas incomprensibles. Los anoto. Para ayudar a la realidad. Para sintonizar con el mundo. Creo que empiezo a comprender.

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