lunes, 24 de noviembre de 2008

La nariz de payaso verde

Sopla un viento huracanado que se se lleva las nubes de ayer, que levanta polvo y tierra y me los tira a la cara. Cierro los ojos y reflexiono. No se me escapa que éste es un viaje introspectivo, que no voy de aquí a allí, sino de una vida anterior a otra nueva. Un cambio tan necesario como inevitable. Forzoso. Dice X que para conocer tu país hay que visitar otros países. Para conocerme a mí visito a otras gentes. Pero la experiencia me cambia a cada paso y ya empiezo a dudar que este viaje me ayude a comprender mi yo porque no sé ni siquiera si existe tal cosa. Los pronombres son así: insustanciales.
Tengo una nariz de payaso mágica que me confiere poderes sobre mí mismo y sobre el mundo físico y espiritual. Con ella puesta puedo reír, hacer bailar a las guiris (en realidad aquí el guiri soy yo) y hasta traer a Franco de vuelta para compartir un café y un orujo. Todo esto lo he hecho ya, por eso sé que la nariz es mágica... y verde.
Conocí a un tal Antercheran, un tipo estirado como un esparrago triguero de junio, de mirada lacónica pero sonrisa sincera, que guardaba cierto parecido con Nosferatu. Por lo pringoso de su pelo se diría que se peinaba mojando el peine en manteca pero, en general, su aspecto era bastante elegante. Llevaba una bolsa de cerezas de por lo menos cuatro kilos. Pronto nos hicimos amigos porque eramos los únicos que comíamos fruta allí. Me enseñó un plano en el que había marcadas cruces rojas. Me explico su plan: pillar tremenda cagalera de cerezas y hacer la ruta de los wáteres públicos (las cruces) usándolos todos y sin tirar jamás de la cadena. "Hay quien firma paredes". Me puse la nariz y nos reímos juntos: se le escapó un cuesco. "¿Oyes? Ha llegado la hora de cumplir con mi propósito". Se levantó y me dejó pensando en la especial singladura en la que se embarcaba y en las caras que pondrían los cientos (tal vez miles) de espectadores involuntarios de su obra. Yo seré uno de ellos, sin duda. No me resigno a perdérmelo.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Pipol te necesita

Pipol se mete en la cama harto de sí mismo. Acurrucado como un feto intenta dormir. Pero no puede: le sobra un brazo (o le falta, vaya usted a saber). Busca una postura más cómoda pero no la encuentra. Ni a la primera, ni a la segunda. Se levanta a fumar. Busca el tabaco, pero no queda. Sale a buscar un bar, pero lo único que hay abierto en la calle son contenedores que bostezan amodorrados. Se mete en uno y se pone a pensar en cosas bonitas, en aquello que siempre le ha hecho feliz. "Entre basura", piensa, "¡Qué buen lugar para morir!". Busca una lata de atún o un vidrio roto para cortarse las venas, pero no encuentra nada que sirva. Sólo hay mondaduras de verduras, restos de comida blandos, tierra de gatos, pañales, ositos de peluche rajados a los que se les sale el relleno de bolitas de corcho blancas. Piensa que podría, tal vez, intentar asfixiarse tragándose toda esa basura, pero en realidad no encuentra un buen motivo para hacerlo. Y eso que lo busca. Desesperadamente. Pobre Pipol. Hoy no encuentra nada, hoy no le sale ningún plan. Tal vez mañana, amigo Pipol, encuentres algo que te haga más feliz, aunque no sea lo que buscas.



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jueves, 20 de noviembre de 2008

20-N: Un encuentro no del todo inesperado

-¿Generalísimo?
-Hola muchacho. ¿Puedo sentarme?
-Siéntese, siéntese. ¿Le apetece un café?
-Tomaré un orujo.
-¡Jefe, un orujo para el caballero! Generalísimo, no le voy a ocultar que me sorprende verle aquí y ahora.
-Puedes llamarme Caudillo.
-Caudillo, ¿qué le trae a este bar, lejos de la patria y en 2008?
-Yo voy donde quiero y cuando quiero. ¡Faltaría más!
-Ya pero...
-Ni peros ni peras. Además ¿no es hoy mi cumpleaños?
-Caudillo, hoy es 20 de noviembre. Es el aniversario de su muerte.
-Nacimiento, muerte... ¿Qué más dará? Buen día para un orujo y un pitillo. ¿Fumas chico?
-Sí, ¿quiere?
-No, pero fúmate uno tú.

Me enciendo un cigarro. A Franco le traen su orujo. Lo mira con asco.

-Caudillo, decía que me extraña verle por aquí.
-A cierta edad uno pierde la vergüenza. Que no te sorprenda nada de lo que hago.

Franco se tira un pedo, se rasca el culo y con la misma mano se saca un moco y se lo come.

- Y, ¿Cómo es la muerte? ¿Qué tal es estar muerto?
-En mi caso está bien, porque como he sido muy bueno vivo en el cielo rodeado de ángeles y querubines, pero tú irás al infierno.
-¿Usted cree?
-¿Acaso lo dudas?
-Si usted lo dice. De esto entiende más que yo. Por cierto, tengo narices de payaso, ¿quiere una por su aniversario?
-No será roja...
-Verde.
-Pues venga esa nariz.

Nos colocamos las narices. Pasa un hombre con barba de cuatro días y se sienta cerca de nuestra mesa. Unos treinta años, pelo negro estilo casco con mechas naranjas, vaqueros raídos, jersey de algodón verde y una mochila roja de la que saca una carpeta roja de la que saca un par de folios en blanco. Se pone a escribir tras cruzar una mirada furtiva con nosotros.

-¿Le apetece jugar, Caudillo? Es así: elegimos un personaje del bar y tratamos de adivinar su vida.
-Sea. El tipo de la barba. ¡Menudo rojazo! Míralo, no para de mirarnos. Se siente muy seguro de sí mismo, convencido de sus ideales patrañescos, superior. Sin duda un subversivo. Tiene ojeras: ayer estuvo hasta tarde en una reunión clandestina enseñando a sus alumnos -porque es profesor- a imprimir propaganda y a repartirla, a hacer pintadas y a engañar a los buenos guardias civiles cuando por fin los pillen y los interroguen. Podría ser un hombre decente, pero no va a misa. No respeta a sus mayores pero pervierte a chicos y chicas que podrían ser sus hijos.

-El de la barba. No ha mirado el móvil ni la hora. Se entretiene espiando a la gente, robando conversaciones. Anoche su hija no lo dejó dormir. En vez de almorzar con sus compañeros de trabajo, viene aquí solo y se sienta a escribir en una mesa apartada. ¿Para tener perspectiva? No creo. Antes por miedo a hacer lo que le apetece. Jamás adivinaría que estamos jugando a adivinarlo, aunque en el fondo creo que le haría ilusión.

-Bueno joven, lo has intentado, no puede negarse, pero este juego me aburre. Me voy.
-Así Caudillo, ¿sin decirme por qué ha venido?
-¿Acaso no lo sabes ya?
-Lo intuyo, pero no es suficiente.
-Sí lo es. ¡Arriba España!

Franco se levanta y se va. El barbas lo sigue con la mirada hasta que sale. Ha dejado de escribir y está recogiendo. Al pasar por mi lado me entrega esta historia que ahora transcribo "para usted, payaso", dice. Son las doce menos cuarto.

lunes, 17 de noviembre de 2008

El paseo circular

Salgo a pasear con la primera luz de la mañana. Hoy sé a dónde voy, o mejor dicho, mis pasos siguen un camino preestablecido: caminaré todo el día detrás de mi sombra, dejaré que me guíe, que sea ella quien decida a dónde vamos. Así que también podríamos decir que no andaré solo, aunque ninguna otra persona o animal me acompaña.
Rumbo al oeste, con el sol en la espalda y un sombrero de paja en la cabeza. Quien me vea vagando cabizbajo pensará que un problema me abruma o que soy muy tímido. Aunque tal vez alguien adivine la realidad: que voy mirando lo que mi sombra me enseña, que estoy viendo el mundo, por un día, con los ojos de mi compañera. Salimos decididos a poner a prueba el mito de la caverna de Platón, o aquel otro que me contó David del soldado griego que iba a la guerra. Su amante, la noche anterior a la partida, pintó la sombra del soldado que el fuego proyectaba en la pared. Él murió, pero del calco de su sombra un alfarero construyó con arcilla, capa por capa, una escultura que representaba al soldado y que llegó a ser objeto de culto. Dejo que la idea me empape.

Mi sombra recorre el camino adoptando las formas de lo que toca. Piedras, hierbas, un surco trazado por una rueda. Pero el sol no entiende de seguir caminos y mi sombra me invita, al cabo de un rato, a continuar campo a través. La sigo con gusto y ella, que empieza a hacerse más pequeña al avanzar el día, me lo agradece encaminándose hacia la playa.
-¡Vamos a ver el mar!
-Vamos.

Caminar mirando mi sombra es hipnótico. Algunas ideas empiezan a formarse en mi cabeza como si tuvieran vida propia; algunos recuerdo surgen de mi memoria sin que yo los busque. Simplemente salen porque, en el fondo, los recuerdos son calcos de sombras de algo que pasó y que reconstruimos y reinterpretamos. Salen porque mi sombra los ha llamado. Recuerdo parajes similares a este erial arbustoso y recuerdo a personas con las que recorrí aquellos parajes que ahora proyectan su sombra sobre éste. Es como si dentro de mi cabeza hubiera un pequeño sol que alumbra las formas de mis recuerdos contra la cara interna de mi cráneo para que pueda contemplarlos.

Ya es casi mediodía y mi sombra empieza a cansarse. Hacemos un alto debajo del primer árbol que se cruza en nuestro camino. Saco un bocadillo y empiezo a comer. Aunque ahora no puedo verla, sé que mi sombra está comiendo la sombra del bocadillo. Hace calor. El sol está alto.

Para cuando llegamos a la playa, mi sombra ha crecido bastante y es casi tan grande como yo. No hay mucha gente ahora (ni muchas sombras de gente), pero encontramos la huella de alguien que se tumbó aquí. Mi sombra se acerca por los pies de lo que adivinamos que es la huella que dejó una mujer. Tal vez una chica que estuvo tomando el sol. Mi sombra olfatea la marca trazada por las piernas, sube hasta donde descansaron las caderas, recorre la espalda (o las tetas) hasta alcanzar la cara y la boca mientras sus manos de sombra se entretienen en el culo de la huella. Imaginamos que hacemos el amor con la chica... y con su sombra ¡Menuda orgía! Los pasos de nuestras amantes se alejan hacia el sol, en dirección contraria a mi sombra, y por un momento dudo, y no sé si seguirlos y buscarlas. Pero no; hoy es el día de mi sombra y es ella quien guía. Se está haciendo tarde. Hay que ir pensando en volver.

De regreso en la ciudad, entre la multitud, me llaman la atención las voces de dos jóvenes que caminan rítmicamente hacia mí, ajenos a las sombras, haciendo el payaso mientras cuentan a coro sus pasos "¡...cuatro, cinco, seis, siete, ocho!". Levanto la vista y mi mirada se cruza por un instante con la del chico cuando pasan a mi lado. Compartimos una risa hecha de vergüenza y felicidad rotunda; él pierde la cuenta.

Cuando andas siguiendo a tu sombra no ves ni la salida ni la puesta del sol, en cambio ves cómo desaparecen las últimas estrellas al alba y ves aparecer a las primeras de la noche. Conforme va llegando ese momento, mi sombra, ahora gigantesca, se diluye en el mundo, como si quisiera abarcarlo hasta el horizonte. Tal vez lo haga. ¿Quién sabe?

sábado, 15 de noviembre de 2008

Descubriendo un nuevo mundo

(Dedicado a Herr Professor en agradecimiento por sus tomates asesinos...)

Me despierto de un sueño extraño. En la habitación del hotel, las únicas luces vienen de los pilotitos rojos de la tele, el decodificador TDT, de un interruptor. No puedo dormir, así que fumo. Fumo demasiado, pero no importa. Mi cigarro es otra lucecita roja en este cuarto vacío. Juego a imaginar que los electrodomésticos tampoco pueden dormir, que sus pilotos son cigarrillos como el mío, que fuman en silencio mientras piensan en sus cosas de electrodomésticos. La tele tal vez esté harta de dar siempre la misma mierda, pero no se me ocurre por qué no puede dormir el interruptor.
Yo pienso, como el otro día, en mis propias cosas y eso me lleva a ti. Pienso en un beso, en tu lengua paseando por mi lengua, en un abrazo casi demasiado fuerte. En el placer. Pienso en lo que dices y también en lo que callas y en cómo escucho atento tus palabras. Y tus silencios. Pienso/imagino/recuerdo amar tu cuerpo y amar tu mente. Escuchar tu risa. En ese momento eres mundo, y yo, realidad. Te contemplo en tu belleza. En tu poder de astro, de planeta de bosques y playas y huracanes, y de pequeñas miserias secretas. Intento seguir tu trayectoria por el cielo estrellado de esta habitación. Recuerdo/pienso/imagino, pero no consigo expresar, que yo también he sido mundo. Que no me he limitado a observar, que he vivido. Que otros me observaron, que tú me mirabas como ahora deseo que lo hagas. Que en otros momentos he sido, soy, un planeta vivo y no un mero espectador. Que deseo curarme de tanta realidad. Que me siento como un alquimista frustrado. Así que saco un cigarro, otro para la tele, y los dos fumamos en silencio en esta habitación vacía.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Regla mnemotécnica para recordar un alfabeto

Algunos buñuelos, como dice el filósofo -gran humanista-, inducen jugosas kagadas. Lenta, meticulosamente, nuestros ñordos opíparos preguntan ¿quién rema sobre tazas unisex vitrificadas, wateres, xilófonos y zarzamoras?

domingo, 9 de noviembre de 2008

¡A volar!

Toda mi vida intentándolo y hoy por fin lo he conseguido. Os cuento un sueño que he tenido esta noche en estas tierras extrañas. Para proteger a los personajes del sueño he alterado algunos nombres y situaciones demasiado evidentes, pero lo esencial está ahí:

Pues el caso es que estaba viendo en la tele un programa de cocina en el que Obama y Sara Palin discutían en portugués sobre la mejor forma de trinchar un jirafa que previamente habían cocinado al jerez mientras blandían sendas cucharas de palo (la de Palin sorprendentemente grande). En realidad Palin era más bien Arguiñano. Absolutamente indignado por lo que estaba presenciando, decidía que había que ponerle fin a semejante disparate, así que salía volando (¡Volando!) hacia torrespaña, vestido como supermán, con calzoncillos y todo.

En seguida me he despertado, pero es la primera vez que vuelo de verdad en un sueño y estoy super-super-ilusionado.

martes, 4 de noviembre de 2008

En el parque

Sentado en un banco de un parque, saco un libro de Poe y empiezo a leer un relato de un tipo que se queda solo en un barco a la deriva en medio de un huracán. Un grupo de chiquillos atesta el baño público y yo espero mi turno. Se acerca un viejo y me habla en un idioma extraño. Le respondo en una lengua que él tampoco comprende, pero está claro que pide permiso para compartir el banco, así que durante un rato nos sentamos juntos y leemos. Yo Poe, él un panfleto publicitario de una tienda de electrónica.
Este mundo nuevo en el que me encuentro resulta irreal. Cada vez menos atento al relato, empiezo a reflexionar sobre esa idea tratando de entender. El mundo, ahí fuera, extraño y hermoso; y la realidad ¿dónde? En mi cabeza tal vez: el reflejo de ese mundo. Guardo el libro y saco el cuaderno.

Miro una nube negra y gris, lejana, etérea. Lo anoto en el cuaderno.
Huelo la parrillada que un grupo anónimo prepara a poca distancia en el parque. Lo anoto en el cuaderno.
También anoto el sol que calienta.

Cuando los niños acaban me despido del viejo y del parque. Más tarde, por una callejuela oigo las escalas de una trompeta con la que alguien practica. Tomo nota y también de un escalofrío a la sombra. Camino buscando un restaurante. Paso por delante de algo que parece una universidad; seres extraños reunidos en grupos -escindidos en grupos- hablan de cosas extrañas en lenguas incomprensibles. Los anoto. Para ayudar a la realidad. Para sintonizar con el mundo. Creo que empiezo a comprender.