viernes, 13 de febrero de 2009

Historias de Luis

- ¡Mátalo!

Luis con el cuchillo en la mano mira a Pedro con el cuchillo en la mano... el cuchillo en la otra mano... con el cuchillo en el estómago de Luis.

Luis mira el cuchillo frío en su mano, el cuchillo caliente en su estómago; Luis mira a Pedro con las manos vacías de cuchillo, con los ojos llenos de qué; mira a María con la boca llena de qué; mira al tío Juan.

- Y ahora, muchachos, se dan la mano.

"Hay gente que nunca entiende", muere Luis.


o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o


A veces las cosas más sencillas también necesitan un manual de instrucciones, no sea que esta historia transcurra en EE.UU. y le caiga una demanda al fabricante por no indicar que el zapato izquierdo va en el pie izquierdo y el derecho etcétera.

Este relato se lee empezando por "A veces", en la primera línea, y prosiguiendo ordenadamente con el resto de las palabras, de izquierda a derecha, de arriba a abajo, tratando de formar las frases.

Se ha despertado de un sueño insulso con un pensamiento anodino y demasiado temprano. Desahuciado de la cama, Luis busca los manuales de instrucciones de: los zapatos, los calcetines, los calzoncillos, la camiseta, la camisa blanca que le regaló su madre la primavera pasada por su trigesimocuarto aniversario y el traje oscuro; también de la corbata cara y del peine. No hace ruido porque es demasiado temprano para hacer nada. Incluso la calle grande está en silencio 7 pisos más abajo. Ya vestido y arreglado, busca las instrucciones de la ventana; la abre y salta.

Sobre la mesita la policía encontrará su testamento con las últimas voluntades del difunto. Otro manual de instrucciones.


o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o o


Hace un día precioso. Luis pasea por la playa reconciliado con la vida y con el mundo después de un invierno demasiado algo. Si te fijas huele a sal; si te quitas los zapatos la arena está tibia. Hay una gaviota y una nena juega en la orilla. Entonces pasa un tren y lo chafa a Luis.

- Pero si estaba en la playa.
- Ya pero lo chafa.
- Pero es que...
- A toda velocidad y lo chafa. Lo descuartiza a Luis.

martes, 10 de febrero de 2009

Historias de sueños y huevos (II)

La semana pasada el Jabalí me invitó a cenar. El caso es que nos comimos la mejor vaca que he probado: ¡sabía a mantequilla! En el restaurante, un viejo edificio restaurado de techos altos con bovedilla y vigas al aire, estábamos él, yo y la camarera-cocinera que se empeñó en que mi padre era de la época de Domenico Modugno y que por lo tanto la música que sonaba tenía que traerle recuerdos. Era una música juguetona, sentida y algo jazzística. Los recuerdos me los trajo a mí. Recuerdos de una impresión al despertar de un sueño.

Voy a hacer un intento más de contar este sueño. Antes de que el relato mate al recuerdo, antes de que el recuerdo pervierta la violenta impresión de la mirada de una niña pequeña que comprende, antes de que la impresión termine por devorar el resto del sueño.

El sueño es una piscina de bordes ondulados, de contorno impreciso... Pero lo estoy haciendo mal, en este relato del sueño la narradora eres tú, y a ti te corresponde empezar el relato.

"La piscina es un sueño de bordes ondulados. Sobre una plataforma en medio del agua, tomando el sol, estás tú. Junto a mí. Y me propones:
-¿Jugamos a salpicarnos?
Y la frase no te suena absurda mientras la dices. Y mientras me miras, esperando una respuesta, ves que la piscina es grande, que su borde (ondulado) se extiende a mis espaldas, que el agua parece azul y que la luz difumina un horizonte de árboles más allá de esta balsa.
- Vale, pero no muy fuerte-, te respondo, y tampoco percibes lo irreal de mis palabras.

El agua te cubre hasta la cintura cuando te bajas. Te sigo. Ahora tenemos justo la edad actual. Me miras de reojo mientras caminamos alejándonos de la plataforma. El agua me cubre hasta la cintura. Se está bien. Juntas los dedos de tu mano haciendo una palita y golpeas el agua para lanzar un chorro todo lo lejos que puedes. Lo ves caer; te giras y me miras. Te miro. Miro dónde cayó el chorro. Avanzo hacia la orilla. Avanzamos. Hay pinos. Vuelves a hacer la pala y lanzas otro chorro: esta vez sí que ha ido lejos.
- ¡Esta vez sí que ha ido lejos!-, te digo.
Te gusta. Sé que te gusta. Yo no podría hacerlo así aunque lo intentara. Soy torpe. Pero no lo voy a intentar: en este juego de uno tú eres el campeón. El resto del sueño te corresponde narrarlo a ti."

Y yo sigo... Entonces llegan las niñas y nos saludan desde fuera del agua -nunca llegarán a bañarse en este sueño- y son pequeñas como cuando nosotros éramos jóvenes y nos bañábamos en su piscina. Comprendo, sé que las niñas cada noche se vuelven bebés, que con el día van creciendo hasta su edad actual. Son las 3 de la tarde. Les pregunto si saben, si comprenden lo que les pasa. La mayor, en ese momento casi adolescente, me explica que sí.
- Cada día volvemos a nacer y crecemos hasta la noche.
La pequeña me mira: sabe lo que le pasa pero lo comprende como una niña de 8 años. Y yo no alcanzo a comprender su mirada, pero ya empiezo a despertarme.

"Ya empiezas a despertarte y la piscina de bordes ondulados y yo y las niñas nos desvanecemos..."

Y lo que queda es una impresión y la mirada de una niña pequeña que comprende algo sobre lo que significa repetir una vida infantil, una y otra vez, condensada en un día de verano. Lo que queda es un huevo frito que llora una lágrima de yema sobre el agua clorada, pero no sabe por qué.