martes, 27 de enero de 2009

Historias de sueños y huevos

Con frecuencia he atribuido las cosas malas que me han pasado a causas externas y las cosas buenas a mis propios méritos. También me he recreado, con placer malsano, en lo contrario: culparme de lo malo y achacar lo bueno a causas exógenas, a los demás. Podría decir que tanto uno mismo como el resto del mundo contribuimos a lo que va pasando, tirar por la calle de en medio y quedarme tan ancho. Prefiero hablar de la influencia recíproca entre sueños y lo que algunos llamarán vida real.

Recuerdo dos sueños que tuve hace mucho tiempo tiempo, en los albores de la humanidad -o por lo menos de mi humanidad-. Por aquella época los diplodocus paseaban en manadas por calles todavía en proyecto y, cuando salías a dar una vuelta, el riesgo no era pisar una mierda sino que ella te aplastara, literalmente. Yo acababa de romper con mi primera novia y me dedicaba en cuerpo y alma a dormir. Me desperté con el recuerdo de una pesadilla de broncas y malos rollos con ella. No estoy seguro de la trama de ese primer sueño, sólo del mal sabor que me dejó. Enfadado conmigo mismo decidí que esa no era forma de empezar el día y volví a dormirme. Entonces soñé con una entrañable canción de borrachos de Tom Waits cantada a coro con los amigos al amanecer. No sé si la canción existe más allá de ese sueño, pero me levanté de la cama con una sonrisa. Si en ese momento me hubiera mirado al espejo habría visto que tenía los ojos de huevo frito azul. Huevos de yema azul; ¡no, no! ojos sin pupilas: sólo con clara azul, con clara de yema.

Una amiga me contó que la otra noche volvía a casa -o tal vez escapaba de alguien- a grandes saltos por la ciudad. Saltos de 15 metros, saltos de 3 pisos. De un salto se subía a un balcón anónimo. Tal vez sea más exacto describirlo como un balcón ajeno. En su sueño, pensaba que allí estaría protegida, que podría descansar. Pero había un perro en el balcón y, claro, le entraba miedo por si empezaba a ladrar y la delataba. Ella le clavaba la mano en la barriga y le arrancaba las tripas y lo mataba. No recuerdo si me describió la mirada del animal. Me imagino sus ojos perrunos como dos huevos morenos: rompo la cáscara y compruebo que están cocidos. El perro tiene ojos de huevo duro sin brillo en mi fantasía del recuerdo de su sueño.

"Yo también he matado", le conté a la asesina brincadora.
En un sueño que tuve hace varios años me enfrentaba a mi padre en el césped del jardín. Era un duelo como medieval, con enormes espadas. Casi no podía con la mía. Mi padre se dedicaba a chulearme con prepotencia, o tal vez yo me sentía muy inferior, muy incapaz de enfrentarme a él. Entonces se convertía en un jabalí pequeñito pequeñito que me arremetía y yo lo esquivaba, pero ya sin miedo, y, cuando quería darme cuenta, resulta que era yo quien lo perseguía y quien lo mataba. No recuerdo sus ojos.
En otro sueño reciente, después de no sé qué afrenta de mi padre, decidía vengarme tirando a la basura todos sus calcetines. Cuando salía de casa con el montón de ropa me cruzaba con él y yo, para demostrar mi cabreo y mi determinación, rompía el último par que había cogido en sus narices. Él me miraba con pena y yo le decía "te jode quedarte sin calcetines, ¿eh?" y el respondía "¿de verdad te crees que lloro por eso?". Sus ojos eran como huevos pasados por agua medio crudos y chorreaban clara de moco y yema anaranjada.
En ambos sueños me desperté con un nudo en el estómago, odiándome a mí mismo por estúpido y por cabrón o por egoísta... no sé, simplemente odiándome.

Tal vez algunas de las obsesiones de nuestros sueños sean la manifestación de espíritus que habitan en nuestro subconsciente. Algunos tal vez son miedos. Algunos son hijos de puta.

[¿Continuará?]

viernes, 23 de enero de 2009

Plano del metro de "Maneras de vivir..."

Guille me ha conseguido un plano de la ciudad imaginaria en la que se desarrolla el relato Maneras de vivir :




¡Gracias profe!

lunes, 19 de enero de 2009

Modelar el fuego

El fuego se refleja en los ojos. Mezclándose con el aire; ya son aire. Son humo, pensamientos que se esparcen flotando. Pensamientos de fuego.
Un instante impreciso. El clic de una ramita al partirse, una llama verdosa, otra amarilla, pequeña. ¿Pequeña? Los contornos escapan a la vista, a la mente.

¿Cómo arde una cerilla? Después de frotar la punta, un destello, un chisporroteo: el palo se prende y una llamita -¿una?- lo consume hasta los dedos. Luego otra cerilla. El olor acre se cuela por la nariz, directo al cerebro: los pensamientos se vuelven humo. Aire. ¿Es éste el mismo fuego que arde en la chimenea?
Un mechero tiene una llama más regular. Los modelos necesitan reglas, pero esta llama tampoco las explica. Son demasiado complejas o demasiado banales y la mentira no resulta creíble ni práctica. No para mí que quiero modelar el fuego.

Se me ocurre que tal vez el fuego se construye, que basta con entender la madera que arde para saber cómo será el fuego o uno de los muchos fuegos posibles. Un fuego. Conocer las vetas, las ramas y los grosores y cómo se seca la madera si se corta bajo el influjo de la luna menguante de enero. Y luego, predecir el fuego a partir de este conocimiento. Parece un camino lógico: bueno para un aparato electrónico o para escribir un texto con imágenes. Es indudablemente demasiado complejo, pero susceptible de muchas simplificaciones que lo hagan práctico.

La gran ventaja de estos modelos es que puedes coger todos tus apuntes o tu ordenador y quemarlos cuando estés harto de ellos. Los cojo y los quemo y miro el fuego ¡Por fin el modelo ha dado su fruto! Las llaman danzan ante mis ojos complacidos, rojos de felicidad por el humo que flota y se esparce llevándose las piezas de otro puzzle incompleto.

Una primera conclusión: modelar siempre en material combustible.

Tentado por la posibilidad de ir en contra de esta primera premisa o al menos de no acatarla ciegamente me decido por la cocina. El fuego de un hornillo (elemento poco combustible, cuando menos) calienta la sartén donde se fríen a partes iguales cebolla, pimientos y tomate. Añadir sal. Añadir el pollo previamente frito. Añadir también los tacos de jamón. Freír cinco minutos más y dejar reposar. ¿Cómo era el fuego con el que se hizo esta comida?
Con una parrillada tal vez resulte más sencillo: “creo que esta chuleta se asó en un fuego de llamitas rojas, amarillas y azules que crepitaron divertidas al caer la grasa y por un momento treparon del carbón a la carne. Aquí se ve dónde ardió el cordero, por la parte más negra…”

viernes, 9 de enero de 2009

Apocalipsis Cadeau

Arrancad las luces de colores, arrojadlas al suelo y bailad sobre ellas hasta reducirlas a arena chirriante. Subid por una escalera a lo alto del abeto decorado y cagad sobre la estrella. Tirad los regalos por los balcones, escuchad el estrépito contra el cemento y contra los cráneos anónimos. Escuchad el rugido del apocalipsis; y después, más tranquilos, escuchad su eco: una sombra en la pared, un murmullo en el cerebro.

Una niña casi dormida. Una niña asustada; pero ella es valiente. En el pasillo, en la esquina, por la puerta entreabierta de su cuarto, en la penumbra, acecha el hombre del perchero. Soy valiente. Un sombrero en lo alto y una gabardina que cuelga hasta el suelo, sólo es eso. No hay nadie ahí. Lo que en realidad la aterra es la posibilidad de encender la luz y convertir su miedo en realidad. Que el fantasma que habita en su mente y la visita tantas noches se vuelva corpóreo al alumbrarlo con la luz de una bombilla...

Tomad en vuestras manos las guirnaldas de plata y oro para hacer sogas con las que ahorcar a los niños y los gatos. Dejadlos agonizar y, cuando estén a punto de morir, liberadlos sólo para verter sobre ellos chocolate hirviendo.

Ella pudo elegir otra cosa, pero se marchó a casa. La escusa: que si tú de California y yo de Londres y ¿qué hacemos aquí en Cuenca? Vaya usted a saber. Escuchar los ecos del apocalipsis... ¿o tienes un plan mejor? Yo tengo un padrastro que me está matando desde hace días. Intenté cortar el pellejito seco que asoma, que se engancha con todo, que lo abre, poco a poco, como una cremallera de dolor, frustración y obsesión. Me fumé un porro y me tomé un cubata para olvidar y descubrí que unos androides alienígenas llevan décadas adulterando nuestras drogas para subyugarnos. Todos nos drogamos. Los pocos que no se drogan son androides. El resto Soldados Zen.

Así que coged el champán, reventad las botellas y sembrad de vidrio y alcohol las alfombras y los parques y las calles y el césped. Y con los trozos más pequeños amasad mazapanes y regaladlos a los pobres, a los niños, a los viejos y a los gordos. Ved como sangran por la boca y el culo. Usad las obleas como cuchillos y los cuchillos como obleas.

Soñó que se quedaba dormido y que Freddy Krueger lo visitaba en su pesadilla soñada. Es real: lo soñó. Al despertar, su chica le daba la espalda y supo que si la giraba lo que vería sería la cara podrida de Freddy un instante antes de sentir su garra en el estómago. Dentro. Pero es valiente, como la niña. No vamos a encender la luz, no miraremos la cara de quien nos da la espalda. Mandaremos un SMS.

Coged a todos los Papás Noeles trepadores. Violadlos, linchadlos, amordazadlos, quemadlos. Mandad un SMS deseando la muerte de los seres queridos vivos... y también de los muertos. ¡Coged los móviles! Y si os llega una postal, prendedla y usadla para iniciar un incendio en el bosque o en un banco. Poned turrón DIA y refresco de champín en las cestas de navidad. Si tenéis empleados, despedidlos ya. Apedread los belenes cuando miren los beatos. Y bailad y cantad. Aprovechad ahora, porque no todos los días son apocalipsis. Yo, cuando acabe de hacer ruido, voy a sentarme a escuchar como se apaga el eco. Hasta que sólo quede un murmullo, un recuerdo de un murmullo. Hasta que no quede ni eso. Y entonces me iré a dormir recordando el sabor de un beso en tu boca, Cadeau.