viernes, 22 de mayo de 2009

Mal Gusto

"Aquella noche no había luna. Cuando salí del coche y puse los pies en el suelo, recuerdo que dije para mis adentros: Alma lleva carmín en los labios, el coche es amarillo y esta noche no hay luna. En la oscuridad, tras el edificio principal, apenas distinguía el contorno de los árboles de Hector: grandes masas de sombra agitadas por el viento.
[…]
Once años después, me sigo preguntando lo que habría pasado si me hubiese parado, si hubiese dado media vuelta antes de llegar a la puerta. ¿Y si en vez de rodear los hombros de Alma con el brazo y andar resueltamente hacia la casa, me hubiese detenido un momento para mirar a la otra mitad del cielo y descubrir que una enorme luna redonda lo bañaba todo con su luz? ¿Seguiría siendo cierto decir que aquella noche no había luna? Si no me hubiera molestado en dar media vuelta para mirar detrás de mí, sin duda, seguiría siendo cierto. Si no vi la luna, es que no había luna en el cielo."

(El libro de las ilusiones. Paul Auster.)


La idea surgió como un reto: a que no eres capaz de escribir algo realmente desagradable, de mal gusto y mostrarlo al mundo. Pichichi lanzó el reto y Anthony lo recogió y escribió esta historia, que ya se ha contado otras veces, pero con otros nombres y en otros formatos. Este es el texto íntegro si exceptuamos un párrafo final en el que la señora Dolores (la bruja del tercero) se ve envuelta en una sórdida escena de parchís, mentiras y drogas con un pato. Para proteger las identidades se han cambiado algunos normes: Erik en realidad es Anthony (la historia es pues autobiográfica), Dolores es Dolores (este nombre no se ha cambiado por motivos que escapan al propósito de este relato) y en realidad el resto de personajes no tienen nombre, así que podríais ser vosotros. Cualquiera de ellos, cualquiera de vosotros.

Ya está otra vez. Follando. Pero Erik no tiene por qué oír esos jadeos en el cuarto de en frente. Esos gemidos, esos chirridos aserruchados que no le dejan dormir. Erik no tiene por qué ver a su vecina en tetas cruzar por delante de su ventana, no tiene por qué ver a un hombre desnudo contoneándose a escasos cuatro metros de patio de luces.

Tumbado en la cama, Erik sabe que eso es así, que no hay justificación para lo injustificable: que esos dos degenerados no le dejan dormir. Que si ahora entrara con una hacha, pero tendría que ser una grande, muy grande, que si entrara a hurtadillas en casa de su vecina, (a hurtadillas) en su cuarto y descargara un hachazo en la espalda de su amante que lo atravesara de lado a lado hasta troncharle a ella el pecho, estaría bien. ¿No queréis follar? ¿No queréis estar juntos, estar cerca? Los dos juntitos: él tendido arriba, chorreando la sangre de sus pulmones en la herida de ella, abajo, todavía unidos, ensartados por el hacha, escupiéndose mutuamente la sangre que se les escapa por la boca. ¿Os gusta así? Estaría bien. Y después sacar el hacha de golpe, oír los estertores, ver como sacuden sus miembros mientras gastan el último aliento pringoso de sangre y bilis en apartarse el uno del otro, asqueados de sus cuerpos reventados. Porque no hay derecho.

Ni respeto. Y Erik necesita descansar y ya van a dar más de las doce, con todas sus letras (¡m-á-s-d-e-l-a-s-d-o-c-e!), y él no tiene por qué escuchar los “así fóllame” ni los “más fuerte”, ni “sí”, ni “me corro” ni hostias. Entrar en su cuarto con un martillo y reventarles la cabeza. O con un cuchillo y clavárselo en las entrañas hasta notar el hueso-rasposo-contra-el-filo, igual que cuando arreglas pollo. Ese chirrido, un ris ras ras que no se oye sino que se siente como un cosquilleo en la mano. Y ya lo llamarán loco, pero al menos él no es un hijoputa irrespetuoso. Él no se pasea en pelotas por su ventana, ni se pone a joder con ruidos a las tantas.

Y ahora las risitas. ¡Qué bien! O sea que Erik existe para vecino, que el ordenador me va raro y como tú sabes de eso, que si le puedes echar un vistazo… Pero Erik no existe para descansar. Erik no necesita dormir por la noche. Y si que no me va el correo, va el imbécil de Erik y, ala, después de currar todo el día (porque él SÍ curra), después, ala, va él a ver qué cojones le pasa al correíto de la vecina. Y te pones a revisar el sistema y vas y te encuentras sus bragas tiradas en el suelo y sus e-mails obscenamente abiertos y en la papelera los sobres de condones y... Y ella, ¿Qué se va a inmutar? ¡Anda ya! Si se pasea en bolas por la ventana, si cada vez que folla se entera todo el barrio.

El hacha habría que comprarla en otro pueblo, eso sí, para no dejar rastro. Y también guantes de latex; y la ropa luego tirarla. Coger una mochila con una muda, ponerse los guantes, entrar a saco (pero con sigilo), dos hachazos bien dados y después, al campo, a quemar la mierda que haya, a cambiarse y a casa a dormir tranquilo. O tal vez esa noche, por ser tan especial, a brindar con cava de la tierra y tomarse el día siguiente libre. Y a la noche siguiente, eso sí, a descansar… siempre que la bruja del tercero no esté con el teletienda a todo volumen, que esa también tiene un hachazo.


Y después de esto tal vez os preguntéis qué tiene que ver la cita del principio con la mierda de en medio. Yo no lo sé. Preguntadle a Erik si hay huevos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

PICHICHI,
A mí me ha parecido todo de muy buen gusto... será que tengo mal gusto... no sé. Me ha servido para reflexionar un rato... ¿me hubiesen dado más hachazos que hachazos habría repartido? Pues claro, así sin el hacha en la mano creo que me hubiese llevado bastantes más... pero luego pienso que tengo un hacha en la mano y que puedo atizarle a los que me han molestado alguna vez y es que me hubiese quedado casi solo (ni las novias, ni la familia, ni el perro se hubieran librado de la cólera del hacha de Anónimo. Así que creo que me voy a comprar un hacha... porque tengo algunas cosillas pendientes que arreglar.Gracias por la idea. Serás el autor intelectual de los crímenes, aunque igual no los mato... sólo les rompo las rodillas y las muñecas. Tal vez algunos dedos de los pies...

Pichichi dijo...

Queridisimo/a anónimo

¡Qué gran idea! ¿Te puedo sugerir alguna marca en concreto (de hacha, digo)? Por cierto, muchas gracias por lo de la autoría intelectual, un término que si no recuerdo mal acuñó el ínclito Acebes en aquellos días de tan buen o mal gusto, según se mire.

Deberíamos quedar algún día para unos "duets" de hachazos indiscriminados. Lo ibamos a pasar de rechifla.

Un abrazo / un hachazo,

Su pichichi

Anónimo dijo...

Anthony siempre ha sido un tipo encantador.
Cualquiera de nosotros, como bien dices, podría ser alguno de los personajes del relato, incluido el propio Anthony, porque todos hemos fantaseado alguna vez con la violencia, incluso con la más extrema. Supongo que quién más, quién menos, todos hemos intentado imaginar lo que sentiríamos al encajar un hachazo o un navajazo y, llevados por la inercia de la situación, también al propinarlo (todo depende del índice de autodestrucción/perversidad que innatamente poseamos).
Aunque generalmente soy tolerante con los que viven por las cercanías, reconozco que esos que acostumbran a follar ruidosamente por el mero hecho de follar, sin ánimo de procrear ni nada, despiertan en mí sentimientos dignos del mismísimo Erik/Anthony. Por qué negarlo.
Acabo. Me encanta que me reten. Así que desde aquí lanzo mi osada pregunta a Erik: ¿Qué coño pinta la cita del señor Auster al principio del relato del señor Sembei? Mátame si tienes huevos, que mucho fantaseas con el hacha, pero lo que cuenta son los hechos.

Pichichi dijo...

Anónimo (otro?)

Es interesante lo que comentas sobre el tipo de fantasía en función del "índice de autodestrucción/perversidad". En ese mismo sentido, añadiría que practicar una violencia extrema contra alguien es una de las formas más efectivas de autodestruirnos a nosotros mismos. Véase el caso de tantos soldados que se vuelven locos por las atrocidades que cometen, el de muchos maltratadores que matan y se suicidan, o a escala menor, pues otros ejemplos que cualquiera puede sacar de su propia experiencia. Probablemente la empatía juegue aquí un papel importante. La capacidad para ser a la vez el que agrede y el que es agredido. Probablemente la empatía sea más fácil para el que da el hachazo, pero no olvidemos el síndrome de Estocolmo.

El reto: he trasladado a Erik la pregunta, y me ha mandado a la mierda. Textualmente ha dicho: la intro es tuya, tú verás por qué has puesto esa mierda de Auster.
Reflexiono. Creo que lo que cuenta Erik, es una fantasía enfermiza llevada tan lejos que se vuelve casi eral en su mente, o por lo menos que llega a conformar su realidad. La cita de Auster va de realidad real y de ralidad percibida. Creo que en parte es por eso por lo que está aquí. También cuenta que la leí hace poco, que me gustó mucho y que estaba decidido a meterla en algún relato, pero esta explicación tiene menos glamour, ¿no?